Por Vidany Ojeda
Es común que la gran mayoría de personas que asiste a la Guelaguetza se encuentre con las manos levantadas sosteniendo un celular o una cámara fotográfica durante una parte importante del evento – o que al menos resulta importante para el espectador –. El objeto se ha convertido en un catalizador, modifica la forma de apreciar el espectáculo, y la inmediatez con la que es posible compartir dicha información supone la incroporación de una conducta determinada. No obstante, el proceso continúa con la utilización de redes sociales, las cuales mediatizan el evento y le permiten al espectador, que lo ha registrado, interactuar con su público. En otras palabras, se crea un espectáculo alterno. Esto se ve acrecentado en la pandemia, en el que el evento ya es absolutamente virtual.
No se debe olvidar que el uso de objetos en la Guelaguetza no se restringe a los espectadores que registran visual y audiovisualmente el espectáculo. También los participantes (como los danzantes) hacen uso de objetos en específico, como la indumentaria, la ofrenda e incluso los nuevos aparatos tecnológicos (como micrófocnos, bocinas, pantallas, etc.). Esto ha permitido que un evento esencialmente tradicional, enmarcado en un proceso de modernización, se vea modificado – tanto en forma y contenido – gracias al uso de objetos ajenos a él mismo. Esto es un ejemplo de hibridación de la cultura.
Una de las mayores contradicciones – condición propia de los sistemas capitalistas occidentales – es que la Guelaguetza es una fiesta popular y tradicional que, debido al proceso de globalización en el que se encuentra el mundo entero y la dinámica modernizadora propuesta por occidente, se ha convertido en un espectáculo masivo con fines económicos y políticos. Hace mucho tiempo la Guelaguetza dejó de ser un espectáculo local. Al día de hoy se busca la satisfacción de la expectativa del público extranjero o nacional – expectativa que nace a partir de una conceptualización errada y homogenizadora de “lo oaxaqueño” y de la figura del indígena como un ente unidimensional, folclórico, despojado de toda dimensión compleja y humana –. Gracias a ello, en el espacio por excelencia de celebración de la Guelaguetza (el Cerro del Fortín) se creó un auditorio, el cual fue techado en épocas recientes – esto supuso un impacto económico negativo a los tejedores de palma y sombreros – buscando la comodidad de los espectadores (foráneos principalmente).
Por otro lado, la estilización de las danzas, de la indumentaria y del espectáculo en general son una de las principales consecuencias de la lógica capitalista occidental (fundamentalmente oligárquica) de los organizadores del evento (el gobierno del estado). La principal contradicción que posee este espectáculo es que está hecho a partir de los pueblos originarios pero ellos son los que menor beneficio obtienen de él. Esto ha sido motivo de duras críticas, ya que los pueblos indígenas son explotados – en términos culturales – por el Estado para generar ganancia económica, es decir, una lógica profundamente oligárquica, capitalista y occidental.
La complejidad del problema se puede reducir a la siguiente pregunta: ¿cómo se incorpora un grupo – o grupos – a un proyecto nacional si no se comparte la misma forma de entender el mundo? Esta es una interrogante que al día de hoy no ha podido ser resuelta. El Estado Mexicano, así como muchos otros países alrededor del mundo, no sabe qué hacer con aquellas comunidades que no tienen una cosmovisión capitalista, oligárquica y occidental. No saben si deben incorporarlos o ignorarlos, integrarlos o marginarlos, eliminarlos o asumirlos. El esquema epistemológico que plantea la teoría de los Derechos Humanos ha permitido que se preserve la vida en dichas comunidades (lo cual no ocurría en épocas pasadas). La posmodernidad ha asumido la pluralidad como condición propia de la sociedades actuales. Sólo quedan las contradicciones y crisis propias del sistema capitalista.
En conclusión, la influencia de los medios de comunicación en la consolidación y transformación de la Guelaguetza ha sido fundamental. Su influencia radica en la capacidad de los mismos para generar la expectativa sobre un evento tradicional, folclórico y mediático. No obstante, su consolidación y transformaciones responden a una lógica de consumo de la cultura desde una perspectiva elitista, occidental, capitalista y moderna. Es por ello que la Guelaguetza en un ejemplo claro de las culturas híbridas, en donde se contraponen valores ideológicos y un modelo económico e ideológico (capitalismo) se impone frente a otra cosmovisión.
Politólogo-UNAM
Contacto: humberto.bautista@politicas.unam.mx