Por Ameyalli Valentín Sosa
Hace unos días el caricaturista Darío publicaba un cartón bastante ad hoc para estas fechas. En la caricatura, el artista presentaba a un Santa Claus, con su emblemático traje, arriba de un camión de basura con bolsas cayendo mientras en un globo de diálogo deseaba al observador “¡Felices fiestas!”. Esta caricatura, sin duda, me permitía reflexionar un poco sobre la Navidad, siendo quizá la pregunta más aguda: ¿Qué celebramos cada 25 de diciembre?
Para empezar, en nuestro país celebrar cada 25 de diciembre se remonta a la Conquista española en territorios americanos donde, de alguna manera, el rito católico se entremezcló en las evangelizaciones con las comunidades indígenas. Y aunque lo pareciera, la celebración navideña no es una tradición netamente cristiana pues su origen se rastrea en algunos rituales bastante más cercanos a las festividades paganas romanas.
De acorde a Diarmaid MacCulloch, profesor de la Universidad de Oxford, la elección del 25 de diciembre como fecha de nacimiento de Jesús no tiene relación con la Biblia sino con una elección consciente sobre el uso del solsticio de invierno para simbolizar el nacimiento de Cristo como la luz del mundo. En este contexto, el cristianismo amalgamó de alguna manera la celebración del nacimiento de Jesús y las Saturnales, unas festividades muy importantes para los romanos las cuales se realizaban en honor al dios Saturno entre los 17 y 25 de diciembre coincidiendo con el solsticio de invierno.
Ya para la consolidación del cristianismo en el siglo IV el papa Julio I fijaba por escrito la solemnidad del 25 de diciembre, mientras que en el año 449 el papa León I establecía esa fecha para la conmemoración del nacimiento de Jesús. De esta manera, la Navidad se convertía en la celebración que conocemos en nuestros días, donde a consecuencia del nacimiento de Cristo extendemos nuestros mejores deseos al prójimo.
Sin embargo, con cerca de dos mil años de diferencia, el 25 de diciembre ha cambiado de alguna manera su significado y se ha convertido en una fecha en los calendarios que se conmemora de diferentes maneras en distintos hogares. Me explico:
En la imagen occidental mediática, por ejemplo, industrias como las del cine y las de los medios de comunicación trazan estas festividades muy alejadas de su sentido original centrándolas de alguna manera en el consumo, en el disfrute de árboles luminosos y de grandes banquetes. ¿Quién no ha visto esas películas hollywoodenses con las grandes luces de la gran manzana neoyorkina que buscan replicarse de alguna manera en nuestros espacios públicos? Mientras que por otro lado en el discurso de la comunidad atea, por ejemplo, con muchos tintes de humor se recuerda el nacimiento de sir Isaac Newton, uno de los grandes pilares del conocimiento en la historia de la humanidad.
Sin embargo, en realidades mucho más cercanas a nosotros en comunidades como la de Santa María Atzompa, el 25 de diciembre se vuelve el motivo perfecto para que de acorde a nuestras tradiciones católicas se perpetúen ritos comunitarios como el apadrinamiento del “Niño Dios” donde con mucho orgullo se hacen grandes festejos que comienzan con las Posadas y que culminan con el arrullamiento del niño. Festejos que terminan el 25 de diciembre entre fiesta, comida, música y baile con los mayordomos, las autoridades municipales, las madrinas y los pobladores, claramente de acorde a los usos y costumbres de la comunidad.
Finalmente, conmemorar cada 25 de diciembre en un estado como el nuestro se vuelve un rito multicolor tejido desde diferentes narrativas y cosmovisiones, sin embargo, en un país donde diariamente hablamos de temas profundamente dolorosos como la migración, la violencia contra las mujeres, los crímenes perpetrados por el Estado y las víctimas a causa de los desplazamientos a causa de la violencia, conmemorar el 25 de diciembre tendría que volverse una fecha de reflexión y de introspección para de alguna manera regresar a valores primigenios del cristianismo como lo son la justicia social y el apoyo al prójimo. A propósito de esto, cito un texto particularmente poderoso que encontré en redes sociales:
“¡Qué día extraño el de hoy! Celebramos el nacimiento de un revolucionario que enfrentó un imperio y que estuvo del lado de los pobres, las prostitutas y los parias. Alguien que fue asesinado por el estado y que fue hijo de desplazados. Es una fecha para conmemorar el nacimiento de una lucha. No esa figura que nos impuso la iglesia, sino la de alguien que representa revolución, cambio y esperanza. Que hoy nazcan transformaciones, que el sol brille dentro de ustedes, quiero que tengan toda la fuerza para desafiar sus miedos. Niño Jesús, tráenos poder, gozo y rebelión”.
Finalmente, desde nuestras contranarrativas y de la manera más sincera y fraterna les deseo un extraordinario 2022. ¡Felices fiestas!
Politóloga- UNAM
Twitter: @AmeValentinS