Por José Ángel Ruíz Cuevas
El 6 de marzo, manifestantes se reunieron en la ciudad de San Francisco para pedir por la paz del mundo y detener la guerra en Ucrania. Como parte de la manifestación, las personas dibujaron sobre el pavimento una paloma blanca con azul, con las alas abiertas en un fondo amarillo rodeado de flores naranjas con la leyenda de “Detengan la guerra en Ucrania”, el dibujo fue una replica de una obra de la artista ucraniana María Prymachenko, una pintora autodidacta reconocida por usar vivos colores y escenas que incorporan temas del folclore ucraniano.
Una semana antes de la manifestación, diversas publicaciones en redes sociales mostraban un pequeño museo en la ciudad Ivankiv en llamas provocadas por un ataque del ejército ruso, dicho museo albergaba algunas de las obras de Prymachenko y aproximadamente 25 pinturas fueron destruidas. Posteriormente, imágenes satelitales mostraron que ninguna otra de las estructuras alrededor del museo fue dañada, indicando que el ataque contra el museo fue completamente intencionado. Expertos han llamado la atención de que este es solo un ejemplo de cómo es que los rusos están atentando contra expresiones materiales de la cultura e identidad ucraniana.
La Segunda Guerra Mundial marcó el paradigma de la protección del patrimonio cultural. Los robos y la destrucción sistemática de pinturas y libros, así como el poder destructivo de las armas modernas, pusieron a los tesoros artísticos del mundo en un riesgo sin precedentes. Después de la guerra, la comunidad internacional firmó la Convención de la Haya de 1954 la cual indicaba reglamentaciones a las naciones para proteger tan valiosas piezas en caso de una guerra, entre ellas se encuentra una cláusula que prohíbe apuntar a sitios históricos, cualquier ataque deliberado en contra del patrimonio cultural de una nación es un ataque contra el propio legado y herencia de la humanidad, así que se legalmente se pueden considerar como crímenes de guerra.
Lamentablemente los tratados solo se han quedado en el papel y el caso de Ucrania es solo uno más a la larga lista de incuantificables sitios históricos destruidos como consecuencia de un conflicto armado, muchos de esos actos fueron intencionados como la destrucción de los Budas de Bamiyan por el Talibán o la destrucción de la antigua ciudad de Palmira por el Estado Islámico. A pesar de todo el riesgo que conlleva, este no ha impedido a personas arriesgar sus vidas por preservar piezas artísticas e históricas y eso es importante porque esos artefactos son representaciones tangibles que definen la identidad de un grupo de personas, son catalizadores que sirven como elementos unificadores en una sociedad y tienen un gran peso simbólico dentro del imaginario colectivo.
Cuando se destruye alguna de esas piezas históricas se pierde parte de la historia de una nación y en un conflicto como el actual en Europa del Este son parte de la estrategia de guerra. Putin ha dejado claro desde los inicios de la invasión que no reconoce la existencia de una nacionalidad ucraniana, pregona que el pueblo ucraniano es parte integral de Rusia y que su cultura es completamente un producto artificial creado por la extinta Unión Soviética. Por lo que la destrucción de obras como las de María Prymachenko tienen sentido dentro de la lista de objetivos de las fuerzas armadas rusas.
Hasta ahora las y los ucranianos han hecho grandes esfuerzos para poder preservar su patrimonio cultural, han implementado los mismos métodos que usaron en los años 40’s esperando que vuelvan a funcionar para preservar lo más que se pueda de aquellas piezas que tienen un gran significado dentro de la historia y la identidad de su nación. Tienen en frente a un enemigo que no solo quiere atentar en contra de su soberanía, sino que también está llevando a cabo acciones sistemáticas contra su propia historia e identidad como si quisiera borrarla completamente del mapa.
Twitter: @AngeloRuiz96