Por Amir Paredes Almaraz
En fechas recientes, se han presentado diversos acontecimientos relativos al tema de la migración, no solo en México, sino en el mundo. Los conflictos que se han disparado derivado del incremento del flujo migratorio en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, el éxodo migratorio ocasionado por el conflicto en Afganistán, incluso sin recurrir a circunstancias internacionales, el intenso flujo migratorio proveniente de Sudamérica.
Los ejemplos anteriores, a pesar de encontrarse a miles de kilómetros de distancia entre sí, e incluso, contando con características culturales e ideológicas distintas, tienen un elemento muy importante en común: el discurso inquisitorial sobre la migración.
Pero primero, ¿de qué se trata la noción de discurso inquisitorial? Para comprenderlo mejor, hablaremos brevemente de su origen. Para Raúl Zaffaroni, jurista y juez nacido en Argentina en 1940, se trata de un concepto central en la conformación de la criminología, puesto que su origen se remonta a la época de la Santa Inquisición en Europa, donde se construyó una narrativa sobre los “enemigos” de la Iglesia, conformándose como un concepto central en el primer estudio sistemático sobre el origen del mal, dando como resultado el arquetipo de aquellos individuos que deben de ser castigados por sus acciones en contra de lo correcto.
Es decir, el discurso inquisitorial nace de la necesidad de justificar el uso de las más variadas formas de poder sobre aquellos enemigos creados, con el fin de perpetuar la institución que le da origen, una suerte de circulo vicioso en el que se definen situaciones de emergencia con determinados enemigos, que una vez eliminados, se garantiza la supervivencia de la institución inquisitoria que le dio origen, y a su vez, nuevamente recurre a la creación de más enemigos para continuar con su existencia.
En aquella época se tenía como cierta e indudable la existencia de fuerzas oscuras contrarias a la iglesia católica y su doctrina, comprobadas a través de diversos mecanismos narrativos, afortunadamente tales afirmaciones, hoy en día, y los castigos derivados de ellas, son consideradas desproporcionadas e inhumanas. Sin embargo, esta es otra característica de los discursos inquisitoriales, se adaptan al marco cultural en el que se crean, utilizando la falsedad y la exageración como sus herramientas predilectas para afianzar su contenido en la población, de esta forma, crea e impone ciegamente el miedo al peligro inminente y apocalíptico que pregona.
Por lo anterior, cuando un discurso con estas características se instala y se ejerce desde el poder, que en nuestro caso sería aquel ubicado en el gobierno como repositorio de soberanía, se configura el poder punitivo. En suma, ambos conceptos trabajan en conjunto, pues la estructura del discurso inquisitorial dota de aprobación y legitimidad el actuar brutal y en contra de derechos humanos que el poder punitivo pone en acción, configurando una estructura peligrosa para aquellos destinatarios de tales acciones.
Ahora bien, el discurso que ha permeado en torno a la migración, en el caso particular de México, se ve contrariado con las acciones tomadas en concreto, es decir, los casos reiterados en los que elementos de la Guardia Nacional han utilizado la fuerza en contra de las caravanas migrantes en la frontera sur y la persecución en la frontera norte, mismas estrategias que se han formulado en función de los intereses de EE.UU. y alineadas con su política contra la migración, envestida de combate contra el narcotráfico y, de nueva cuenta, para la protección de sus ciudadanos, asumiendo en el proceso que todos los migrantes son delincuentes.
En el caso de Bielorrusia y Polonia, resalta la narrativa propuesta desde el bloque de la Unión Europea, que señala al Gobierno de Bielorrusia de utilizar a los migrantes como una forma de presión política y como “arma” ante las sanciones tomadas por ellos. En consecuencia, la deshumanización de los migrantes en favor del utilitarismo político refleja el discurso de corte inquisitorio ahí configurado, lo que impacta en la percepción de la población que, en su momento, sería propensa a apoyar medidas punitivas y represoras en contra de aquellos “extraños” con tal de sentirse seguros.
Caso similar se configura con Afganistán, derivado del golpe de estado Talibán y el consecuente flujo migratorio hacia Pakistán, Irán y Turquía, ha generado rechazo en la región, puesto que la narrativa incipiente es la de prevenir que grupos o células terroristas ingresen a los países mencionados vía refugiados políticos, por lo que, acompañado del refuerzo de las medidas de acreditación y verificación de la identidad de los migrantes afganos, se prevén medidas de mano dura para el control y acceso de estos.
En suma, el peligro de los discursos con estructura inquisitorial radica en la facilidad con la que son aceptados por la población que es destinataria de ellos, puesto que se ponen en marcha desde diversos medios de comunicación, los cuales pueden tomar la forma que sea necesaria y configurando sus propios mitos, cuya causa final es el poder punitivo en contra de enemigos creados en el discurso, violentando derechos humanos y fragmentando el tejido social.
¿Será posible que encontremos mecanismos para la información colectiva que nos protejan de los discursos e intenciones perniciosas que plagan los medios de comunicación masiva y digital? ¿O seremos víctimas del siguiente discurso inquisitorial?