Por Ameyalli Valentín Sosa
Desde la Segunda Guerra Mundial no existía una parálisis tan grande como la que hubo el año pasado en materia deportiva. Todos los deportes sufrieron la embestida de las duras restricciones para la contención de la pandemia: estadios de futbol y beisbol cerrados, duelas vacías sin balones ni basquetbolistas, el torneo de candidatos de ajedrez, torneo que selecciona al retador del campeón mundial vigente, cancelado a unos días de su inicio.
Sin embargo, la suspensión que más impactaría no solamente a atletas sino a la comunidad internacional sería la de los Juegos Olímpicos 2020 a celebrarse en el gigante asiático, Japón. La cancelación de la justa olímpica el año pasado, sin duda, se convirtió en el momento álgido de la crisis sanitaria ya que su suspensión representaba la ruptura de los preparativos de varios meses atrás de organizadores, voluntarios y de atletas de todo el mundo, afectando negativamente el derrame económico que se preveía en los diferentes sectores que implicaba el evento.
En este sentido, ¿por qué tanta importancia a esta justa deportiva? Las razones pueden ser muchas pero dos resaltan en primera instancia: desde sus orígenes contemporáneos en los primeros Juegos Olímpicos modernos en Atenas 1896 este evento se ha consolidado como un espacio de convivencia internacional que donde se proyecta el espíritu deportivo basado en valores universales como la fraternidad, la cooperación; y en segundo lugar, la interacción entre deportistas abanderados por diferentes países crea un espacio de interacción internacional que se convierte en el escenario perfecto para visibilizar discursos, para bien y para mal, a consecuencia de la cantidad de actores involucrados y naturalmente por la cobertura que tiene un evento internacional de tal magnitud.
Un ejemplo histórico evidente que demuestra la magnitud que alcanza el evento para hacer visibles discursos políticos y sociales son las Olimpiadas de Verano que se llevaron a cabo en Alemania 1936. La Alemania nazi utilizó dichos Juegos Olímpicos con fines propagandísticos, proyectando al mundo la imagen de una Alemania fuerte y unida contraria al régimen totalitario que existía, y pese al boicot encabezado por los Estados Unidos y algunos países de Europa, los juegos se llevaron a cabo. Tres años después, el “hospitalario” anfitrión de las Olimpiadas desataría la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, viendo otro lado de la misma moneda, en los Juegos Olímpicos de México 1968 nuestro país proyectaba al mundo una imagen de país desarrollado, económica y políticamente estable, sin embargo, días previos a la inauguración el movimiento estudiantil denunciaría el autoritarismo del sistema político mexicano siendo el capítulo más crudo la noche del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Ya durante la justa olímpica, el saludo de las panteras negras de los velocistas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos en el pódium de los 200 metros planos denunciaba al mundo la lucha contra la segregación racial en los Estados Unidos; en silencio, descalzos y con el puño alzado protestaban contra la discriminación y violencia contra la población negra en los Estados Unidos. Las palabras del ganador de la medalla de Oro, Tommie Smith, fueron duras y contundentes: “Si gano soy estadounidense, no un negro estadounidense […] La Estados Unidos negra entenderá lo que hicimos esta noche”.
Varias décadas y justas olímpicas después, este espacio hoy construido en el dragón asiático y en un escenario aún de pandemia lejos de perder su vigencia sigue siendo el máximo referente deportivo en el mundo y el escenario de denuncia política para diferentes actores y sectores violentados. Dichas denuncias, si bien alejan la mirada, las luces y los reflectores al esfuerzo de los y las mejores deportistas del mundo y matizan de grises las victorias y los podios, se vuelven necesarias al denunciar simbólicamente las violencias, dejan la interrogante en los estadios, los medalleros y más importante, en la mira de la opinión pública, del espectador.
Un último ejemplo: hace unos días las jugadoras de las selecciones femeniles de fútbol de Gran Bretaña, Chile, Estados unidos, Nueva Zelanda y Suecia se hincaron en el césped como protesta contra el racismo. Por su parte el yudoca argelino Fethi Nourine renunció a participar en los Olímpicos de Tokio por no enfrentarse a su par israelí, esto en el marco de las complicadas relaciones entre el mundo árabe, la comunidad palestina y el Estado de Israel. El yudoca argelino declaró: “No vamos a hacer que se alce la bandera de Israel y no nos vamos a ensuciar las manos enfrentándonos a un israelí”.