El musulmán no es el enemigo

El musulmán no es el enemigo

Ahora que se habla de ajedrez
¿Independencia de qué?
Raperos mayas; la resistencia de sus tradiciones

Por Ameyalli Valentín Sosa

Para Mariam:
Con admiración y mucha digna rabia.

 

Aparentemente ya hemos tenido tiempo para digerir y reflexionar la situación en Afganistán, sin embargo, con el transcurrir de los días y las imágenes las preguntas sobrepasan a las respuestas; el terror y la desesperación son las certezas que se tienen por ahora. Sin embargo, entre tantas inquietudes y temores hay algo que necesita decirse y recordarse en un escenario como este: el musulmán no es el enemigo.

 

Lo anterior es más que necesario señalarlo, explico algunas razones: Después de los atentados contra el Pentágono, las Torres gemelas y la posterior Acta Patriótica, el musulmán se convirtió en el chivo expiatorio que tenía ser exterminado. La Guerra en Irak se desató y en complemento el discurso hegemónico y muchas de sus representaciones visuales en las industrias convirtieron al musulmán en el enemigo de la democracia y la libertad. Ejemplo: Basta reflexionar quién es el enemigo en las películas patriotas de los Estados Unidos y en qué lugar se llevan a cabo muchas de las campañas en diferentes vídeo juegos, el musulmán y Medio Oriente.

 

En este sentido el imaginario del musulmán se generaliza y convierte de facto a todo musulmán en gente indeseable y peligrosa, ¡Nada más falso! ¿Recuerda usted la acusación de Trump sobre que todos los mexicanos éramos violadores? La generalización, guardando sus proporciones, es básicamente la misma. Las personas que profesan el Islam, una religión históricamente estrecha al cristianismo no es peligrosa ni fundamentalista por definición, es el extremismo de algunos grupos practicantes quienes han causado atentados y los actuales talibanes que ejercen el poder en Afganistán, por lo que el enemigo no es el musulmán, sino el fundamentalismo.

 

En este sentido, un posible cuestionamiento justo del lector: ¿Por qué centrar nuestra preocupación en un país tan lejano geográficamente y en costumbres teniendo tantos problemas aquí, a la vuelta de la esquina? La respuesta puede ser amplísima pero son cuatro puntos que pueden aproximarnos a una primera aseveración:

 

Primero: Si algo nos ha enseñado la pandemia es que en este punto es más que imposible pensar la política y las relaciones sociales localmente, y que como efecto mariposa, las consecuencias en un país tan lejano nos afectan en mayor o menor medida, como olas consecutivas, unas tras otra en un mundo globalizado y tan conectado como el que hemos construido.

 

Segundo: Desde un juicio demasiado moral sobre la Política, los tres grandes valores universales occidentales que se ondearon en las banderas de las revoluciones liberales del siglo XVIII, igualdad, libertad y fraternidad, son elementos conjuntos que no deben ir uno sin el otro, y que la fraternidad aplica de la misma manera entre individuos y entre Naciones.

 

Tercero: Con las declaraciones de Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores de nuestro país, la apertura de puertas en nuestro país para quienes soliciten refugio a causa de la crisis afgana se les podrá iniciar procesos de refugio. Sin embargo, en una sociedad profundamente conservadora como la nuestra y siempre con recelo al extranjero, es peligroso partir del desconocimiento y de los valores de las personalidades autoritarias de muchos y muchas de nosotras por lo que no hay que olvidar que el extranjero no es el enemigo.

 

Cuatro: Porque la población civil afgana, al igual que nosotros y nosotras, resisten a su manera a los abusos de un poder intervencionista, porque como hemos hablado de nosotros mismos durante muchos años, ellos defienden su lengua, su cultura y sus tradiciones; y aún más importante que eso, porque son seres humanos como nosotros y nosotras, con sueños, aspiraciones, metas y porque en sus diferencias, la población de las fotografías que hemos visto en redes sociales y que buscan con desesperación una salida a su temor, son iguales a quien escribe y a quien lee esta columna en este momento.

 

Finalmente: Hace unos días hablaba por vídeo llamada con una amiga sobre las semejanzas y diferencias entre México y su país. Ella con una sonrisa auténtica y portando su Hijab (velo usado por las mujeres musulmanas por cuestiones religiosas y culturales) me relataba los temores que la rodeaban por la defensa de sus causas. Casi tiene la edad de mi hermana, 21 años, y al igual que ella estudia la universidad. No puede quedar más claro: El musulmán no es el enemigo.

 

Politóloga- UNAM

Twitter: AValentin