Por Vidany Ojeda
Los primeros estudios sobre Administración Pública en México están íntimamente ligados con el Derecho Administrativo y con las circunstancias en las que el país se encontraba tras su independencia. Zavala, Mora, Otero, Castillo Velazco y Veytia (sólo por mencionar a algunos) fueron los principales pensadores que se detuvieron a reflexionar sobre el papel que ocupa la administración dentro del gobierno y, por ende, el rol que desempeña el individuo ante dicha administración. Otros más se enfocaron en dar una descripción detallada de la organización gubernamental de la época y algunos otros en escribir “manuales” sobre el funcionamiento y desempeño de los trabajadores en dicha administración. Pero ¿De qué manera afecta al individuo, en su calidad de humano, al aparato administrativo? Y por consecuencia ¿cómo afecta su capacidad creativa? Zavala y Mora ponen especial énfasis en estas problemáticas. A continuación algunas de sus reflexiones.
La entrada del capitalismo, como sistema socio-económico, y de la ética protestante, como forma de vida, cambian de manera radical la concepción que tiene el individuo de sí mismo. Ahora se enfrenta a un modelo en el cual él es el único encargado de su superación (aparentemente) y se obliga a trabajar para conseguir sus propios objetivos; en cierto sentido lo dota de algún tipo de “libertad”. Sin embargo las cosas no son tan sencillas, pues la desigualdad social impide que cada sujeto tenga la posibilidad de auto superarse. Algo similar ocurrió en México en el siglo XIX y aún actualmente, con las reflexiones que plantea Byung-Chul Han sobre la sociedad del cansancio.
En los primeros años del México independiente, las crisis políticas produjeron enormes discrepancias sociales y económicas entre los ciudadanos. Esto dio inicio a una serie de problemas que los intelectuales de la época legaron en sus escritos. El primero de ellos es la empleomanía, que resalta la “sobreproducción” de empleos innecesarios que desembocan en un perjuicio para el Estado, quien no puede mantener dichos cargos debido a que no cumplían funciones realmente necesarias. Aunado a esto, los empleos eran ocupados por personal no capacitado, es decir, que las personas que regularmente aspiraban a esos puestos no tenían los conocimientos mínimos para desempeñar las funciones inherentes al cargo. Pero entonces ¿cómo llegaban dichas personas a ocupar esos trabajos? Simplemente se valían del poder de otros que facilitaban la obtención del puesto y después el “aspirante” se veía obligado a “recompensar la ayuda.”
Esto produjo una red de complicidad que se extiende hasta el día de hoy y provoca la ineficiencia de las organizaciones administrativas, e innegablemente tiene consecuencias sobre los funcionarios, antes llamados “aspirantes”. En primer lugar, para “pagar” el favor con el que se obtuvo el puesto era necesaria cierta sumisión, en otras palabras, el empleómano es una persona que se adapta a la situación para conseguir lo que quiere, aunque tenga que dejar de lado su moralidad; más adelante querrá alcanzar un puesto más alto y en caso de no lograrlo, aunque tenga talento para ello, será un desdichado.
Los individuos que adquieren un cargo con el fin de lucro y obtienen una remuneración económica sin haber prestado el debido servicio –esto es haber trabajado tal como lo exige el puesto– son proclives al conformismo, comenta Mora. Una vez con el puesto y al vivir de sueldos prefijados, la sociedad pierde cualquier impulso de creación, invención, creatividad o perfectibilidad. Se transforma, pues, en un pueblo sin otras aspiraciones que no sean el percibir una recompensa por el mínimo de esfuerzo.
Esto se incrusta a niveles complejos en la mente de los individuos y provoca un rezago creativo. “El gusto de los empleos altera profundamente las facultades activas de un pueblo, destruye el carácter inventivo y emprendedor, apaga la emulación, el valor, la paciencia y todo lo que constituye el espíritu”. A fin de cuentas, la capacidad humana se disipa y los sujetos no ven más allá de las comodidades que ofrece un “trabajo fácil”.
Es posible trasladar este rezago y desmoralización de cuestiones laborales a los contenidos comúnmente divulgados a través de medios masivos. Si bien las características formales cambian, el argumento sigue siendo el mismo y se presenta una y otra vez. Increíblemente, los sujetos siguen consumiendo las mismas historias, el mismo final, la misma forma; y cuando se intenta lograr un cambio, éste es desechado inmediatamente porque la sociedad está “acostumbrada” o es conformista en cuanto a todos los ámbitos de su vida laboral y no laboral.
Lo mismo sucede con la creación de propuestas innovadoras, ya sea en el ámbito artístico, ideológico, político, etc. difícilmente alguna es aceptada, ya sea porque desestabiliza al sujeto o porque lo vuelve susceptible a un esfuerzo mayor al que está acostumbrado. Finalmente, esto puede ser una de las consecuencias que sufre un aspirante al no poder alcanzar el puesto que quisiera: desmoralizado, teniendo que conformarse con el lugar que ocupa, no anhela nada más; todo está dado, ya todo se ha dicho, en fin, no hay nada que cambiar. Sin embargo, puede alegrarse de ser parte de una compleja red de complicidad, de una enorme telaraña de la que forma parte y en donde no debe esforzarse ni un poco más.
En conclusión, las organizaciones administrativas y burocráticas del México independiente fueron el inicio de las redes de complicidad que hoy se conocen y que son aceptadas. Sin embargo, estas formas de obtención de empleos y del desempeño de los mismos, permean en otros aspectos de la vida del funcionario: Los despoja de su capacidad creativa, los hunde en la desmoralización y produce que sus acciones estén limitadas a su aparente capacidad. No obstante, esta condición no es definitiva y muy probablemente se pueda transformar.
Politólogo-UNAM
Contacto: humberto.bautista@politicas.unam.mx