Por Ameyalli Valentín Sosa
Antes que todo, no soy experta en temas internacionales ni en guerra. Sin embargo, con lo sucedido en Ucrania y Rusia es obligatorio pensar en términos del conflictos, de las memorias y de las historias que van a tener como punto de partido el comienzo de la intervención militar rusa en territorio ucraniano. Sobre esto son dos ideas las que a bote pronto se vuelven indispensables para dar cuenta de lo que pasa: la primera sobre lo endeble y caída del mito moderno y el segundo sobre qué hacer con la guerra.
Hay que comenzar con el mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Rusia se convierte en el gran ganador de la Segunda Guerra (Sí, fue Rusia y no Estados Unidos como el cine nos ha hecho creer) el mundo se polariza, se divide en dos grandes bloques que condenarían al mundo a la llamada Guerra Fría, una estabilidad endeble y cuyo miedo central se encontraba en el terror nuclear a consecuencia de lo que pasó en Hiroshima y Nagasaki y que el director Stanley Kubrick plasmaría de manera fabulosa en la película “Dr. Insólito o: cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”.
Décadas después con la caída del muro de Berlín, muro que simbólicamente separara en Alemania Occidental y Alemania Oriental, y con la disolución de la Rusia Soviética el capitalismo y la democracia liberal se coronarían como las grandes promesas del siglo XXI. ¿Por qué? Porque a través de ellos las naciones consolidarían desarrollo, estabilidad, paz y armonía entre ellas a escala global. El politólogo estadounidense Francis Fukuyama anunciaba el fin de la historia, ya no había más allá, se había llagado al sistema de gobierno último e ideal.
Treinta años después del texto de Fukuyama, con la intervención rusa y la guerra desatada en Ucrania, los mitos que se consolidaron y las promesas que se dieron se han resquebrajado de alguna manera, pareciera ser que el mensaje que ha dado Putin es el siguiente: mientras haya suficiente capacidad militar, es posible intervenir a un país soberano y constitucionalmente soberano, los avances de Derecho Internacional quedan obsoletos.
Ahora, ¿qué hacer? ¿Qué se puede decir sobre la guerra? Mentes más brillantes que la mía han intentado dialogar al respecto alertando de sus peligros desde las Ciencias Políticas, la filosofía e inclusive la literatura y la poesía. Sin embargo, creo que entender los procesos de guerra cobran una potencia distinta cuando se habla de imágenes, de registros visuales que a partir de las miradas individuales y colectivas se les dan lecturas más emotivas, cercanas y personales; no en vano el gobierno británico enviaba a un grupo de artistas al conflicto militar en Afganistán en 2010.
Aunque son muchos los ejemplos que puedo enunciar al respecto son dos los que pueden ser referentes obligatorio al hablar de registros contemporáneos de la guerra.
La primera de ellas Käthe Kollwitz, grabadora alemana de finales del siglo XIX y de principios del siglo XX cuyo arte dialogó con los temas de su contexto tales como la pobreza, la guerra y las condiciones de las mujeres, ejes transversales que perfectamente siguen dialogando con nuestras cotidianidades. El arte de Kollwitz refleja las condiciones sociales de su momento pero es partir de la Primera Guerra Mundial y la muerte de su hijo en ella donde produjo una serie de obras que retratan su preocupación por la guerra, la vida de la clase trabajadora y la vida cotidiana de las mujeres.
El segundo de ellos y también referente obligatorio es el pintor Pablo Picasso con “Guernica” cuyo título alude al bombardeo alemán de la ciudad de Guernica ocurrido el 26 de abril de 1937 durante la guerra civil española. El doctor Fernando Ayala Blanco, académico de la UNAM, menciona sobre la obra y Picasso: “En ningún momento se le ocurrió pintar aviones ni bombas ni esvásticas ni cruces gamadas alemanas; quería crear un lenguaje de símbolos que trascendiera el tiempo y el espacio. Su imaginación lo impulsó a pintar un cuadro de gran formato (350×782 cm) que fuera atemporal pero al mismo tiempo mostrara un crimen de guerra actual; que fuera fresco sin caer en lo efímero de la noticia impresa; que tuviera el efecto de inmediatez de un noticiero documental pero también la sensación de una filmación que no tiene fin”.
Finalmente, es mucho de lo que se puede decir de la guerra pero es aún más lo que se puede ver de ella. Sin embargo, lejos de la dimensión estéticamente heroica, para acercarnos al horror de la guerra nuestra mirada tiene que detenerse en el poder de las imágenes porque a partir de ellas, más allá de los datos, nos podremos acercar a un diálogo real y tangible cuando se nos hable de guerra.
Politóloga- UNAM
Twitter: @AmeValentinS