Por Ameyalli Valentín Sosa
Desde las grandes revoluciones liberales del siglo XVIII-la francesa y la estadounidense- las protestas y la toma de espacios públicos se han convertido en formas legitimas de anunciar los abusos del poder, de dignificar la rabia y de enunciar las demandas populares. De esta manera, el derecho a la manifestación y a la protesta se reconocen como libertades políticas indispensables en los Estados democráticos contemporáneos.
Sin embargo, es necesario recordar que estas declaraciones muchas veces parece que se enmarcan en el mundo de lo normativo -del deber ser- y que el mundo real -el ser- lo rebasa a cada paso, en cada momento y en cada latitud. Si bien los avances en materia de Derechos Humanos son aplaudibles desde diferentes espacios, el camino por recorrer todavía es largo y espinoso.
Ejemplifico lo anterior: el artículo 9 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos manifiesta que nadie podrá ser arbitrariamente detenido, preso ni desterrado, sin embargo, hasta el 11 de mayo la Defensoría del Pueblo reconocía a 168 personas desaparecidas durante las protestas en Colombia contra el gobierno encabezado por Iván Duque. Las preguntas que surgen a bote pronto: ¿Dónde están? ¿Quién los ha desaparecido? La situación sin duda recuerda a los desaparecidos políticos en nuestro estado en las movilizaciones del 2006.
Las manifestaciones en Colombia comenzaron el 28 de abril las cuales en primer momento fueron convocadas por sindicatos, organizaciones sociales y estudiantiles para posicionarse en contra de la reforma tributaria que afectaba particularmente a las clases medias colombianas al plantear aumentos los impuestos a los servicios públicos, la gasolina, salarios y a las pensiones. Sin embargo, aún con el retiro de la iniciativa por parte del gobierno de Duque, las y los colombianos mantuvieron presión en las calles. ¿Por qué? Hartazgo social, asesinato de líderes sociales, disparidades económicas y crisis durante la pandemia. La respuesta de Duque: la asistencia militar y la represión en las calles.
Si bien el artículo 37 constitucional colombiano consagra el derecho a la protesta social la realidad social lo ha rebasado en los últimos días. Lejos de ser estadísticas que se puedan enlistar y numerar, la violación constitucional y de Derechos humanos en Colombia nos obligan a nombrar y a hacer presentes a cada una de las colombianas y colombianos que han tomado las calles y que han sido víctimas de la represión de las fuerzas públicas en Colombia, entender a cada una de ellas y cada uno de ellos a través de sus rostros, nombres e historias.
Entre tantas historias que se pueden nombrar y enunciar, este martes indignaba la muerte de Lucas Villa, estudiante colombiano de la Universidad Tecnológica de Pereira quién fuera asesinado mientras se manifestaba de manera pacífica, y donde también resultaría herido Andrés Felipe Castaño de 17 años. ¿Qué está pasando en Colombia y con las democracias latinoamericanas dónde asesinan a jóvenes como Lucas quién para protestar bailaba por las calles colombianas mientras estrechaba sus manos a sus compatriotas militares dignificando con ello su rabia y descontento?
Las protestas en Colombia lejos de entenderse como protestas violentas en un país alejado y distante nos tendrían que obligar a repensarnos como región latinoamericana, sobre nuestros lazos fraternos y las semejanzas que tenemos con otras latitudes si en lugar de ver al Norte giráramos un poco nuestra vista a nuestro Sur. La comparación en estos casos se vuelve un ejercicio reflexivo necesario: humano y crítico.
Ejercicios como el del pasado 6 de mayo donde el Andador Turístico oaxaqueño de nuestra ciudad capital se pintó de amarillo, azul y rojo -colores de la bandera colombiana- nos recuerdan que el artículo 9 de la Carta Universal o el 37 constitucional colombiano no son letra estéril y que, ante los atropellos, la exigencia fraterna de justicia se vuelve una contranarrativa necesaria. Los Derechos Humanos, la igualdad, libertad y la fraternidad no saben de latitudes, distancias ni espacios geográficos -ni tendrían porque-, allí radica su naturaleza de universales.
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