Jean Ziegler: un investigador revolucionario

Jean Ziegler: un investigador revolucionario

Los tránsfugas de la 4T
Los políticos no son políticos, son animales de poder
Con la lana que se paga un domingo en las carreteras de cuota

Por Rubén Mújica Vélez

Siglo XXI Editores nos regaló 2 de los 3 libros de su generosa cosecha. En 1977 “Una Suiza por encima de toda sospecha” en cuya portada resume magistralmente su temática: “detrás del mito de una Suiza neutral, humanitaria y democrática nos descubre la más cruda expresión del imperialismo secundario”.

El autor usa un filoso bisturí en que revela la médula de un hipertrofiado capitalismo que recibe capitales ensangrentados de todas partes del mundo y que recicla usurariamente y apoya a los peores dictadores y cierra abruptamente esa llave para países en procesos populares: el mejor ejemplo Chile y Salvador Allende.

En 1978 la misma editorial publicó “Saqueo en África” en que desnuda la labor de Europa en el continente africano. Reseña la lucha de N¨Krumah y su profecía Panafricana. Patricio Lumumba y su sueño del Estado Unitario Transétnico. Y de Gamal Abdel Nasser el afán por el resurgimiento de la Comunidad Histórica. Proyectos todos bloqueados por el imperialismo británico/yanqui con la ruptura del horizonte que se trazaron esos pueblos.

“Suiza lava más blanco” editado por Diana en 1990 fue el tercer libro que tuve la fortuna de estudiar y entender los vericuetos de los capitales internacionales que bajo un número se depositan en Suiza sin reparo de los “honestos banqueros” por sus orígenes criminales; sangre o generaciones viciosas en todo el mundo.

Estos libros de Ziegler son bombas de tiempo. Es necesario divulgarlos. Pero inusitadamente topé con una entrevista que decidí resumir por que reflejan vivencias del autor y de interlocutores incomparables. Procedo:

Jean Ziegler está considerado uno de los intelectuales más importantes de Suiza. Sus libros se han traducido a decenas de idiomas. Sin embargo, está muy endeudado debido a los procesos contra sus libros. A pesar de su avanzada edad, se considera aún un revolucionario.

Usted está considerado como uno de los críticos más virulentos de Suiza. ¿De dónde viene este descontento?

R.-Nací en Suiza. Tuve una infancia feliz, pero muy burguesa. Me consternaba la pobreza. Mi padre decía: Dios lo ha querido así. Esto se llamaba predestinación, para mí era algo insoportable. En París, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir me dieron por fin las herramientas para entender el mundo y luchar por cambiarlo: el existencialismo y el marxismo. Gracias a ellos, el libro se convirtió en un arma para mí. Cuando Simone de Beauvoir vio mi nombre sobre el primer texto que escribí ¿Qué es esto? ¿Hans? Lo tachó y me llamó “Jean”.

¿Qué papel desempeñó el Che Guevara para usted?

R.- Fui su chofer durante un tiempo en Ginebra. El día antes de su partida, me armé de valor y le dije: “¡Comandante, quiero ir con usted!” Me señaló entonces los edificios iluminados en el centro de Ginebra y me dijo: “El cerebro del monstruo está aquí. Aquí es donde debes luchar”. El Che me indicó la estrategia de la lucha a librar: la integración subversiva. El objetivo era penetrar en las instituciones y utilizar su poder para mis fines. Así es como me convertí en profesor universitario, en parlamentario e incluso en relator especial de las Naciones Unidas.

Como miembro del Parlamento suizo de 1967 a 1999, usted se distinguió por haber presentado el récord de 38 proyectos de ley en un solo año, en 1989. ¿Ayudó su carrera política a cambiar las cosas?

R.-Sí, aun cuando el Parlamento no tiene verdadero poder en Suiza. Los parlamentarios reciben muy poco dinero. Si eres elegido, -sobre todo si se perteneces al partido adecuado- serás nombrado para los consejos de administración de empresas como Nestlé, Roche, UBS o Credit Suisse, donde se ganan cientos de miles de francos. Así que te conviertes en un mercenario. Un ejemplo: la OCDE presionó para que se reforzara la ley de blanqueo de capitales, ya que los abogados que recomendaban abrir cuentas en paraísos fiscales no estaban cubiertos por esta ley en Suiza. El Gobierno propuso esta ley bajo presión. Pero el pasado mes de septiembre, el Parlamento rechazó la propuesta. La oligarquía bancaria sigue prevaleciendo.

¿Así qué ser parlamentario no ayuda?

R.-Realmente, no. Como parlamentario puedes ser transparente y oponerte. Suiza apoyó el apartheid hasta el final. Incluso Estados Unidos, bajo el mandato de Reagan, ya había prohibido el comercio de oro sudafricano. Yo denuncié este escándalo, tras recibir información del servicio secreto estadounidense. En aquel momento, demostré a la Comisión de Política Exterior que la compañía Swissair efectuaba vuelos para transportar oro sudafricano fuera de sus operaciones normales.

También se le considera uno de los responsables de la supresión del secreto bancario en Suiza.

R.-El secreto bancario no ha desaparecido. El atraco bancario sigue existiendo. Escándalos como el de los “Secretos de Suiza” demuestran que sigue existiendo. Pero el intercambio automático de información dificulta la vida de aquellos (as) que defraudan y que acaban siendo descubiertos (as).

En su libro de 2008 ‘Suiza, el oro y los muertos’, usted denuncia a los bancos por apoyar la maquinaria bélica alemana durante la Segunda Guerra Mundial.

R.-Cuando la Unión Soviética se derrumbó en 1991, las últimas grandes comunidades judías estaban detrás de la Cortina de Hierro. Había hijos y nietos de víctimas del Holocausto. Cuando estas personas pudieron emigrar y trataron de retirar su dinero de las cuentas de los bancos suizos, los funcionarios exigieron un certificado de defunción. Era sabido que en los campos de concentración de Auschwitz o Sobibr no se expedían certificados de defunción. Estas personas fueron expulsadas de los bancos, un escándalo. En aquel momento me invitaron a hablar ante el Comité Bancario del Senado de los Estados Unidos. Declaré por convicción y porque condené estos crímenes racistas. Los bancos nunca me lo perdonaron.

Se ha hablado mucho de sus libros. La publicación de una de sus obras más conocidas, ‘Suiza lava más blanco’, en 1990, fue una bomba. Después, fue demandado nueve veces por bancos, abogados e incluso dictadores. Al final, lo perdió todo, incluido su mandato en el Parlamento.

R.-En ese momento me amenazaron y recibí llamadas telefónicas anónimas. La prensa escribió que detrás de mis historias había dinero de Moscú. Algunos tontos pensaron que yo era la causa de sus divorcios. Tuve que ser protegido por la policía durante casi dos años. Mi familia sufrió mucho durante ese tiempo. Pero no me quejo: soy un privilegiado. Perdí todos los procesos. Sin embargo, fue una oportunidad para luchar en los tribunales: los bancos tenían que responder a las preguntas planteadas.

Pero las consecuencias para usted fueron severas.

R.-Me confiscaron el sueldo de la universidad. Vivía con lo estricto mínimo. Todo lo que había ganado con los libros estaba bloqueado. La casa que ve pertenece a mi esposa. Conseguimos salvar algunas cosas en el último momento. Hoy, hasta mi coche es alquilado.

¿Qué opina de la democracia directa, una característica especial del sistema político suizo?

R.-La democracia directa es algo bueno, pero en una sociedad desigual como la nuestra, donde el 2% de los capitalistas posee más de la mitad de la riqueza total, significa que los que tienen dinero tienen poder sobre la mayoría. Cada vez que se somete a votación un proyecto de ley, se dice que la iniciativa aumentará el desempleo y los costos para el Estado. Bajo la presión de la propaganda, la gente vota en contra de sus propios intereses: contra la propuesta de una sexta semana de vacaciones, contra la caja única del seguro de enfermedad, que habría reducido nuestras cotizaciones en un 30%, o contra el aumento de las pensiones del AVS [Seguro de Vejez y Supervivientes]

Por cierto, usted ha hablado en varias ocasiones con uno de los más destacados representantes del capitalismo, el expresidente de Nestlé Peter Brabeck.

R.-Una frase de Jean-Paul Sartre siempre me ha guiado en mis luchas políticas: “Para amar a la gente, hay que odiar fuertemente lo que la oprime, no a quienes la oprimen”. El problema no es Brabeck. Porque si Brabeck no amplía el capital de la empresa, dejará de ser el presidente de Nestlé. Él no es el problema. Son las multinacionales. Según el Banco Mundial, las 500 mayores multinacionales controlaban en total el 52,8% del producto mundial bruto en 2021. Su única estrategia es esta: maximizar los beneficios lo antes posible y a cualquier precio.

Sin embargo, en cuarenta años el capitalismo ha sacado de la pobreza a 800 millones de personas en China, principalmente tras las reformas de Deng Xiaoping en la década de 1970. ¿No es esto una prueba de la eficacia del capitalismo?

R.-El modo de producción capitalista es sin duda el más vital y creativo que ha conocido la humanidad, pero escapa al control del Estado y de los sindicatos. Las corporaciones tienen un poder que ningún rey o papa ha tenido en este planeta. Esto conduce a un orden mundial caníbal. Estamos luchando contra el hambre. Luchamos contra la omnipotencia de las multinacionales. Estamos luchando contra el calentamiento global.

¿Es el capitalismo responsable del cambio climático?

R.-Por supuesto que sí. No existe ningún poder público capaz de imponer, en nombre del interés general, las medidas decididas por los Estados en el marco del Acuerdo de París. La destrucción del planeta es, pues, una consecuencia directa del capitalismo. Tomemos el Acuerdo de París de 2015: el objetivo es limitar el aumento de la temperatura a 1,5 °C con relación a los niveles preindustriales. Estamos en 2022, y la producción de petróleo se ha triplicado, en lugar de reducirse, para obtener beneficios.

¿Cómo ve a los jóvenes que se manifiestan hoy en las calles de las ciudades como parte del movimiento ‘Viernes por el Futuro’?

R.-Para mí es el milagro de la historia. Esta repentina toma de conciencia es genial, porque es su planeta. Y de repente hay un movimiento extraordinario. Una especie de insurrección de la conciencia, y está empezando a ser muy interesante porque los jóvenes están empezando a pensar en el impacto de las multinacionales. Son testigos de la destrucción, las tormentas, los desiertos, las hambrunas. Es un verdadero despertar.