Por Vidany Ojeda*
La vida política es aquella en la cual se posee autoridad sobre uno mismo (sobre sus pasiones y la capacidad de tomar decisiones) y, por consecuencia, sobre los demás. Sin embargo, con el paso de los siglos, la autoridad de los individuos se ha ido perdiendo, lo cual ha generado que la vida política vaya desapareciendo. Si bien, es cierto que no se puede hablar de vida política propiamente en nuestros días, sí es posible hacer un recorrido histórico a través del cual se desentrañe el declive de la política para entender el porqué la situación actual de las ciudades –y de los individuos– es decadente.
El absolutismo fue el punto de inflexión para el declive de la vida política. Varios son los aspectos que hicieron que esto sucediera y provocara que las sociedades entraran en un proceso de degradación continuo que se extiende hasta el día de hoy (la decadencia de los imperios monárquico-aristocrático del credo cristiano, católico y ortodoxo; la confrontación entre Estados represivos religiosos y Estados cristianos tolerantes; el surgimiento del Estado-nación; las victorias pírricas de la filosofía moderna contra la teología eclesiástica; la insubordinación de la razón moderna frente a la fe religiosa; la reivindicación del estado de naturaleza y la idea del contrato social; y finalmente la decadencia en el arte, la ciencias y cultura). Sin embargo, para entender el absolutismo hay que remitirse a las formas de vida anteriores a éste.
La realeza pasó por un proceso de corrupción que la llevó a la aristocracia y esta a su vez a la república. No obstante, la república es el último régimen de gobierno que conserva autoridad y, en cuanto se degrada, se entra en las formas de vidas no políticas, dormidas o de desgobierno. El absolutismo es parte de este proceso de degradación continuo. Es por ello que, en este, el monarca tiene el poder, pero no gobierna, sino que es un déspota.
En este sentido, el absolutismo se convirtió en la puerta de entrada a las formas de vida no políticas en occidente. Debido a su instauración y pronta transformación, el absolutismo dejó dos herencias: la burocracia y el ejército, dos elementos fundamentales de la cultura occidental actual que se fraguaron muy bien para instaurar el régimen oligárquico que rige muchas de las vidas en occidente y que se escuda bajo una ideología democrática (Estados Unidos es el ejemplo por excelencia).
Gracias a lo antes mencionado, se abre una nueva posibilidad en el paradigma moderno: la utilización de la razón para justificar las formas de vida corruptas. John Locke y Benjamín Constant juegan un papel fundamental en este sentido, ya que ellos son dos de los principales encargados de justificar las formas de vida no política a través de una apología a la propiedad privada y las “bondades” del dinero. Se valen de una herramienta utilizada en la antigüedad (la retórica) para entablar un puente comunicativo con sus lectores y convencer que las categorías que imperaban en el mundo antiguo son obsoletas y hasta absurdas.
Gracias a esta cualidad podrán exaltar la vida pasiva y criticar la vida sabia y política. Mediante una retórica abundante pero poco convencida de lo que exalta, Constant establece que la vida política es un recuerdo nostálgico de la especie humana y que al día de hoy, las necesidades, placeres y felicidad, no son alcanzables bajo sus preceptos. Al parecer, aquello que dota de sentido a la sociedad actual es la posesión, la propiedad privada y el dinero, aquel que es encargado y capaz de mover al mundo entero.
Finalmente, la función de la democracia representativa, el comercio, la política y todo lo que de ella se desprende, se ha visto sobajado gracias a las formas de vida que imperan en las sociedades contemporáneas, que han transitado de la vida política y despierta, a la no política y dormida. Con ello, se abre una nueva guerra comercial en la que el principio de la ganancia económica funge como el principal rector de la vida de los individuos y de las naciones, es decir, lo único que importa actualmente es ganar dinero y llevar una forma de vida libertina (sin límites).
En conclusión, la vida política –o lo que también se puede entender como el paradigma antiguo– se ve opacada y menospreciada frente a los ojos de las nuevas formas de vida no políticas. La transición fundamental se dio mediante el absolutismo, que ya acarreaba de por sí una degradación de las formas de vida. Su legado se fue conservando generación tras generación hasta el día de hoy, en el que se incentivan prácticas oligárquicas y que corresponden con una forma de vida no política. Cabe resaltar que la vida dormida genera seres dormidos, que lo único que hacen es replicar las formas de vida, haciendo que sea imposible salir de ellas, justificándolas a toda costa y viendo con malos ojos a la vida política, sabia y despierta, síntoma típico de aquellos que no poseen autoridad sobre sí mismos y, por ende, sobre los demás, teniendo que gobernar con el uso de la fuerza.
Politólogo UNAM
Twitter: @vidanyhbo